Carta a mis asesinos: “Por favor, no me maten frente a mi hijo”

Ya ni siquiera les pido que no me asesinen. Es su decisión y no puedo impedir que un día lleguen y me metan seis tiros en la cabeza.

Mi suerte está echada y puedo convivir con ese miedo.

No les pido piedad. Tampoco que nos sentemos a discutir si se justifica lo que quieren hacer conmigo, que no es otra cosa que quitarme lo más preciado que tenemos los seres humanos: la vida.

Tal vez en este momento ya vienen por mí, ocultos detrás de sus pasamontañas, con el dedo en el gatillo de una AK-47, una nueve milímetros o una uzi.

¿Qué armas usan ustedes para asesinar?

No sé si me acribillarán a balazos en un café, en una cancha de fútbol, en el mall, a la salida de mi casa, a la entrada de la escuela de mi hijo.

Esa decisión ya la tomaron ustedes, pues saben dónde encontrarme.

Muchos hondureños ya hemos sido sentenciados a muerte. No quisimos pagar el impuesto de guerra; o tenemos una hermana bonita y el jefe de la mara se la quiere llevar y nos opusimos; o les dijimos a unos niños que no brincaran sobre nuestro carros sin imaginarnos que eran hijos de la pandilla; o le pitamos a alguien cuando el semáforo se puso en verde; o nos pusimos la camiseta del Olimpia o del Motagua; o decidimos que no soportaríamos más golpes de borrachos que quieren sexo a la fuerza.

Porque aquí te matan por cualquier cosa. Y si sos mujer, peor te va.

Y no solo te asesinan, sino que sacan tu rostro desfigurado en la televisión minutos después de poner coritos evangélicos y leer los Proverbios o los Salmos.

“Miren cómo lo dejaron, qué barbaridad. ¿Cómo se llamaba el taxista”, dirán los periodistas. “¿Ella es la muchacha que acaban de asesinar? ¡Qué bonita era!”.

Y pondrán mi vieja tarjeta de identidad, a punta de partirse en dos, para que todos me conozcan y mis padres, mi esposa, mis hermanos, mis amigos, los vecinos, mis compañeros de trabajo, me identifiquen.

“¡Ve, sí es él! Pobrecito, tan joven y cómo lo fueron a asesinar”.

A plena luz del día, de noche, a la una de la tarde, a las dos de la madrugada, los sicarios parecen que no descansan pues asesinan a todas horas.

¡Qué pasión por su trabajo!

Una vez dicho esto, solo quiero pedirles una cosa: ¡No me asesinen frente a mi hijo! Por favor, se los suplico. Él cree que yo soy su superhéroe, que soy invencible. Mátenme a mí, pero no maten sus ilusiones, sus esperanzas, su fe, sus fábulas de niño.

No disparen si estoy tomado de la mano de mi niño. Hagan como que no me vieron, sigan su camino y regresen después. Total, yo no iré a ninguna parte.

No me asesinen mientras vemos un partido entre el Madrid y el Barcelona. Disparen sus balas cuando esté solo. Me quedaré quieto para que no tengan problemas con la puntería.

No, no en frente de mi hijo. Que le digan que su padre se fue de viaje y que no volverá y que ahora es un ángel que lo cuida desde el cielo.

Pero que no crezca con esa imagen terrible de su primer héroe acribillado por los malvados. Que sueñe con el mar, con Messi, con la pelota, con que hace figuritas con pedacitos de nubes, que es doctor, o un científico. Solo eso les pido. No quiero ser pesadilla para él, aparecer en ataúd con los manos cruzadas y algodón en la nariz, ni que escuchando mis gritos de dolor ni el tra, tra, tra, tra, de la metralleta.

¿Creen que sea eso posible? Si es así, queridos asesinos míos, les estaré eternamente agradecidos.

Atentamente, un hondureño

NOTA: En recuerdo de Keidy Rivera de 26 años, quien fue asesinada hace dos días a balazos frente a su hijo de cinco años en el sector 5 de la colonia Villanueva de Tegucigalpa.