Carta de esposa de ex marero: “Ellos tienen derecho a rehabilitarse”

Una lectora de RadioHouse nos cuenta su experiencia como esposa de un ex marero. Cada lector se hará su propia opinión de este tema que tanto luto le ha traído al pueblo hondureño. A continuación la carta, misma que ha sido editada para corregir los errores ortográficos.

 

Estoy casada con un ex cabecilla de la Mara Salvatrucha. Lo conocí en la cárcel, durante mis visitas a un hermano mío que estaba preso.

Mi hermano era miembro de esa organización criminal, y lamentablemente falleció a manos de integrantes de la 18.

Yo llegaba a la cárcel de Támara a predicar el Evangelio y de cómo sólo Dios puede sanar corazones llenos de odio y transformar vidas.

Así como hizo con quien era mi esposo.

Por razones obvias, no puedo dar su nombre ni su alias, pero sí puedo revelar que ordenó secuestros, extorsiones y asesinatos.

Estuvo más de veinte años en la cárcel, donde purgó sus delitos, y cuando salió, rechazó los ofrecimientos de volver a la mara, donde lo esperaba una vida de poder, lujos y comodidades.

En lugar de eso, puso una pequeña carpintería y empezó a asistir semanalmente a la iglesia. Es un nuevo hombre, un milagro de Dios en el que no queda rastro alguno de maldad ni sed de venganza.

No voy a mentir: le costó aceptar a Jesucristo como su salvador. En la cárcel era respetado, temido, vivía casi en una habitación de cinco estrellas. ¿Para qué necesitaba del perdón de Dios?

Las primeras veces ni siquiera me permitía abrir la Biblia, me dejaba con la palabra en la boca y se daba la vuelta. Pero yo seguí perseverando, poco a poco, con mucha paciencia, hasta que él aceptó escucharme.

El cambio tampoco fue de la noche a la mañana. Aceptar a Cristo le llevó ocho años. ¡Ocho años! Ocho largos años de picar su corazón de piedra con mensajes como “Cristo te ama y perdona tus pecados si te arrepentís”.

Hoy somos una familia feliz.

Mi esposo pidió perdón a la sociedad y da testimonio en una iglesia de la capital. Gracias a él, varios jóvenes han sido rescatados de las pandillas.

Hoy, cuando veo a los cabecillas de la 18 y de la 13 que son trasladados al Pozo, me acuerdo de la expresión maligna y desafiante que mi esposa tenía.

Una mirada de odio, de crueldad, de maldad.

Yo no criticaré la decisión de enviarlos a cárceles de máxima seguridad, aislados de todo, sin derecho a las visitas de sus familiares, porque acepto que muchas veces hay que tomar medidas drásticas.

Sé, por experiencia, que muchos prefieren morir en la mara antes de arrepentirse de sus fallas. Lo que quiero decir es que, a la par de lugares como el Pozo deben existir oportunidades de rehabilitación integral, verdaderas oportunidades que les permitan a los delincuentes tener una opción de transformación.

Por experiencia propia puede decir que eso es posible. Lleva su tiempo, pero vale la pena. ¿Cuánto dolor dejó de sufrir la sociedad con la rehabilitación de mi esposo? ¿Cuántas muertes fueron evitadas? ¿Cuántas personas dejaron de ser extorsionadas?

Es difícil sentir compasión por aquel que te ha matado a tu esposa, a un hijo, a tu madre; o a quien te ha estado extorsionando durante muchos años o te quemó el bus que compraste con tanto esfuerzo.

Yo no les puedo pedir simpatía por los 18´s o los 13´s. Lo único que puedo pedirles es que oremos fuertemente por ellos. Porque Dios escuchas nuestras oraciones.