Juventud de Honduras no sabé quién es Rubén Darío… ¡Qué viva Maluma!

Si bien el sistema educativo hondureño tiene muchas deficiencias, también es cierto que a los jóvenes poco o nada les interesa cultivarse. ¡Es la era de Maluma y Bad Bunny, del “te la arrimo, mami” y “felices los cuatro”.

¿Leer? ¿Para qué? ¡Es pérdida de tiempo!

Eso, al final, se traduce en profesionales mediocres a los que parece que se les habla en chino cuando les mencionan a Juan Ramón Molina, Clementina Suárez, Froylán Turcios o Pablo Zelaya Sierra. Así, sin conocimiento, es difícil que un país avance. Compartimos una historia que refleja esta triste realidad.

 

Tomado del Facebook de PATRICIA MACKAY

Hoy en el elevador tres jóvenes se ofendieron cuando les dije “Buenas tardes, juventud divino tesoro”. Contestó uno de ellos; “Usted ya parece Juan Orlando hablando de la juventud”.

Quedé perpleja, pero luego contesté: En 1905 que Rubén Darío escribió Canción de Otoño en primavera ni usted, ni yo, ni Juan Orlando éramos proyecto de gestación y nacimiento. Pero claro, usted no sabe quién es Rubén Darío o Amado Nervo o Alfonsina Storni. Los invito a conocerlos.

Contestó el otro: “Son políticos”.

Mi corazón de docente entristeció en un instante y pensé: “Que trágico destino el de mi Honduras con una juventud atrapada en las consignas de la dicotomía arbitraria y por diseño que vivimos”.

Se los expresé de nuevo, y el rostro de ellos era como de extraterrestres que observan por primera vez a la tierra. No se si fue la palabra dicotomía o la palabra arbitraria la que ocasionó tal expresión en el rostro.

Les recité de nuevo los primeros cuatro versos, y uno de ellos se dirigió al resto “qué pedrada”.

Canción de otoño en primavera la aprendí en la escuela en cuarto grado ¿Qué se enseña hoy en las escuelas? No lo sé, pero un centroamericano que no conozca a Morazán, a Cabañas y a Rubén Darío necesita un curso urgente de amor a Centroamérica y sus ilustres personajes.

Aquí les dejo:

CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA

(A Gregorio Martínez Sierra)

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…

Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.

Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.

Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé…

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…

Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.

Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía…

En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé…
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe…

Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…

Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.

Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;

y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también…

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer.

¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.

En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!

Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín…

Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!

Rubén Darío, 1905