El hombre abre la boca y escupe fuego. Es como un dragón de sombrerito negro. Semáforo en rojo. A unos metro hay una venta de flores. De camisa amarilla y chancletas negras, el artista callejero se acerca a los carros.
Levanta la mano derecha para pedir dinero. En la izquierda lleva el bastón con el que se gana la vida. Es como una antorcha de esperanza que ilumina su pobreza.
El sol le quema la piel; el fuego la boca y la garganta.
Camina. Pide. Espera que el semáforo se ponga otra vez en rojo. Lanza más llamas. Alguien abre la ventana del carro y le extiende cinco lempiras. “Gracias, jefe, gracias”, dice el hombre. Otros le dan un lempira. La mayoría nada.
Se llama Dennis Ardón. Cada tarde -si no llueve-, llega a la esquina opuesta a la mansión que era de Juan Ramón Matta en colonia Los Ángeles. Casi siempre está acompañado por su esposa y su pequeña hija.
Hay días buenos y días malos -dice, mientras se pasa una mano por los labios para quitarse la gasolina.
Posiblemente sean más los días malos bajo el inmenso cielo azul que le sirve de carpa a su circo sin paredes ni graderías.
“Con lo que mi esposo gana le compramos leche y ropita a la niña. Ella es primero. Si nos alcanza, entonces comemos Dennis y yo”, dice Katherine.
Está sentada, con la espalda apoyada sobre una pared. En el suelo, acostada sobre colchas, duerme la niña.
Semáforo en verde. Los vehículos pasan velozmente frente a los tres. Otra vez en rojo. Dennis se para frente a los carros, se lleva el bote de plástico con gasolina a la boca, toma un poco, lo escupe al bastón y salen las llamas disparadas.
Como disparados arrancan los carros. Casi todos con los vidrios arriba. Porque por más que lo intente, Dennis no puede encenderles en sus corazones la llama de la solidaridad…
