La honradez de don Mauri, el administrador del Lempira Reina. ¡Gracias por cuidar mi mochila!

Cuando llego al otro lado de la ciudad me doy cuenta de que he dejado olvidada mi mochila (adentro está la computadora con fotos, trabajos, planificaciones; documentos y un par de libros).

Hago un rápido repaso de los lugares que acabo de visitar: el parque de pelota Lempira Reina y un restaurante de comidas rápidas frente al aeropuerto.

¡La doy por perdida!

Pienso en las fotografías que perdí.

Paso por Churchs. ¡Nada! No deja de causarme gracia que le dijera un par de veces a mi hijo que no dejara olvidado nada cuando salíamos del Lempira Reina. Pero no cumplo mi propio consejo.

Me voy para el Lempira Reina. Entro y le pregunto a un señor delgado si no ha visto una mochila negra.

Señala a una esquina, donde está sentado un hombre de gorra. A la par, mi mochila. “Aquí no se pierde nada”, me dice el señor delgado.

El hombre de la gorra se pone de pie. “¿Es su mochila?”, me pregunta. “La he estado cuidando esperando a que llegara el dueño. Revise, no le falta nada”.

No la reviso, por supuesto. Le doy las gracias con un apretón de manos y una pequeña gratificación que él no quiere aceptar.

“Gracias, hermano”, dice.

No, gracias a usted, don Mauricio Fuentes, porque personas como usted nos devuelven la fe en el mundo.