María Teresa: la mendiga millonaria frente al Marriot

A doña María Teresa me la encuentro casi todas las mañanas en sel semáforo que queda frente al hotel Marriot de Tegucigalpa.

Yo le entrego dinero suelto y ella me responde con una sonrisa y un saludo que va más o menos así: “Buenos días, mi príncipe, maravilloso día el que nos da el Señor”.

Y luego recita salmos, proverbios, pasajes de los evangelios. “Soy pobre, pero feliz. Mire que nuestro Padre cuida hasta al más pequeño de los pajarillos”, dice.

Sus palabras son dulces. Suaves. Reconfortantes.

Habla despacio, sin apuros. Ni cuando el semáforo se pone en verde, ni los pitos de los demás vehículos le sacan carrera.

“Bueno, mi príncipe, que Dios lo bendiga y lo prospere. Vaya con bien, mi niño”, dice, mientras arrecian los pitos.

Y gracias por el dinerito -agrega.

¿Está loca? Sí, puede que padezca de locura divina en un país en el que desayunamos, almorzamos y cenamos viendo las imágenes de los últimos asesinados.

El sol le quema el rostro. Suda. Predica. Sonríe. Feliz con lo mucho o poco que ande en los sacos que carga. María Teresa, la voz que clama en el desierto de concreto. María Teresa, la profeta que me hace millonario en cada corta conversación que tenemos debajo del semáforo.