Muere José Adán Castelar… pero Honduras no llora a sus poetas

El poeta tenía tanto amor que murió de un ataque al corazón. La noticia me llegó olorosa a la pólvora del 24 de diciembre: José Adán Castelar, aquel humilde hombre que me firmó uno de sus libros cuando yo tenía quince años, acababa de tomar la decisión de abandonarnos, quizás cansado de ver a su pueblo sometido a tantas injusticias.

Aún guardo en mi modesta biblioteca errante aquel libro azul que compré en Paradiso: SIN OLVIDAR LA HUMILLACIÓN.

Recuerdo al CIPOTE AIRADO, el poema que leí en un bus de la ruta Loarque-Lomas.

 

-¿Qué hay de nuevo en Comayagua, muchacho?

-Putas y gringos.

-¿Putas y gringos?

-Y más burdeles.

No quiso hablar más.

Apenas tuve tiempo

de escribir lo que dijo.

Su pequeña cólera ardía

como el mediodía de la ciudad.

 

Aunque sus poemas hubieran bastado para darle fama y prestigio, José Adán Castelar fue un casi un desconocido por los hondureños, apenas admirados por unos pocos, como sucede en los países con ciudadanos de poca lectura, y mucho chismorreo y superficialidad.

Nació hace 76 años en un pueblo bananero, y estoy seguro que allí fue donde se hizo intolerante a las injusticias.

“Yo nací, por casualidad, en un lugar llamado Coyoles Central. Digo por casualidad porque en aquellos tiempos, cuando una mujer iba a parir en la Standard Fruit Company proporcionaban un vehículo que llamaban motocarro.

Este motocarro hacía un recorrido en el campo donde estaba la embarazada hasta el hospital de La Ceiba. Eso ocurrió con mi madre. Pero yo estaba muy urgido y reventé la fuente de mamá cuando pasaba por Coyoles Central en el motocarro.

Nací en la orilla de la línea, en una choza. Me atendió una partera que todavía la busco –seguramente debe estar muerta– para darle las gracias, porque por ella estoy aquí en este mundo. Nací en un lugar que poco a poco he ido amando, incluso le he escrito unos seis poemas.

Nací el 9 de abril de 1941. A los seis meses llegué a La Ceiba. Esa es la confusión que tienen amigos y vecinos de La Ceiba, pero no, soy un campeño de Coyoles Central”.

Así recordaría su nacimiento en una entrevista.

Muere uno de los hondureños con mayor dignidad. Empacó su maleta y se marchó con el dolor que le provocó este tiempo, como lo dijo en VEAN MI CORAZÓN:

 

Vean mi corazón.

En mi mano lo tengo.

En la mano que escribe mi palabra,

tu silencio.

Aquí llegué.  Higuillo, humilde copa 

del día verde. Aquí llegué

con mi sueño solar

y mi canto.

Oídme: golpeo el agua negra.

Protesto, me duele este tiempo,

esta patria pobre y hermosa.

Un poco de mar.

Un poco de mar hallé junto a un jardín.

Aquí espero el alba 

que viene.

Me acaba de llegar la noticia de su muerte, poeta Castelar. Y eso me hace sentir como un cipote airado…