“Nací entre los muertos”

Sus aleros lo llaman el Niño Terremoto. Se llama Jesús Francisco Flores.

“Nací entre los muertos”, dice. Y es la verdad.

Tres días después del devastador terremoto que el 19 de septiembre de 1985 sacudió Ciudad de México dejando a su paso más de 10 mil muertos, Flores llegó al mundo.

Se abrió paso de entre un mar de destrucción, de los escombros del edificio donde vivía su familia.

La construcción en plaza San Camilito, en la zona de Garibaldi cercana al centro histórico de la capital, se hizo añicos.

Veinticuatro de sus parientes murieron, eran una familia de mariachis, y entre los fallecidos estaban su padre y su madre embarazada, Martha, de 17 años.

El 22 de septiembre las esperanzas de encontrar sobrevivientes eran mínimas.

Su había sobrevivido porque poco antes de las 7 de la mañana del día del sismo salió a comprar el desayuno: 19 minutos después un temblor arrasó con su familia.

Más de 10 mil personas fallecieron a causa del movimiento telúrico.

Brenda tenía fe y no quería irse del sitio del derrumbe sin recuperar el cuerpo de su hija.

La encontró con las manos apoyadas en el vientre. Muerta, y rodeada de más muerte, protegía una vida.

Brenda tomó una hoja de afeiter y abrió a su hija para sacar a un niño que ahora está próximo a cumplir 30 años.

“Me saca y me entrega a un paramédico de la Cruz Roja”, cuenta Flores.

Sus padres todavía no le habían puesto un nombre. Se llamaría Jesús. “Lo elige mi abuela para encomendarme a Jesús, para encomendarme al Señor”, explica.

Así se llama pero en México lo conocen como el “niño terremoto” o el “niño milagro”.

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EL DRAMA DE LA ABUELA

Tuvo una niñez dura. Sin recursos ni un hogar, recibió una casa de parte del presidente Carlos Salinas de Gortari en la que todavía vive con su abuela, a los 84 años afectada por la esquizofrenia.

Mi abuela –cuenta- ha intentado suicidarse más de una vez.

“Trató de aventarse a las vías del metro, cortarse las venas (…) lo llegó a hacer conmigo en brazos, pero le hemos enseñado a valorar que la vida es bonita”.

Flores ha tenido que enfrentar momentos de penurias económicas. Limpió parabrisas, vendió chicles en las calles y se subía a los autobuses a cantar temas de Juan Gabriel y Pedro Infante para juntar alguna moneda.

Desde hace casi diez años trabaja para el Partido de la Revolución Institucional en el Distrito Federal pero lamenta que su salario (equivalente a unos cuatro mil lempiras) apenas le alcanzan para mantener su hogar.

Pese a las dificultades, se considera un afortunado y no deja de dar gracias.

“Dios me permitió que viviera, Diosito me permite ser un milagro de esta vida”, asegura Flores.