Dos semanas para “estirar la pata”

 Cuando uno piensa que ya no hay nada más sobado en el mundo, se encuentra uno artículos como el de un hostal –hospedajes baratos-, en los que el cliente debe “estirar a pata”, como decimos en Honduras, en menos de dos semanas.

Se trata del hostal Mukti Bhawan o Casa de la Liberación, en la ciudad sagrada india de Benarés.

Según la política de admisión, solo se admiten huéspedes que vayan a morir en menos de dos semanas.

Es un lugar para acomodar durante sus días finales a los miles de devotos que desean exhalar aquí su último suspiro, algo que, según la tradición hindú, les liberará del ciclo de la vida y la muerte.

En una callejuela a un corto paseo del río, un pequeño jardín da paso a un edificio de fachada color cereza, cornisas amarillas y ventanas verdes. Nada más cruzar la puerta de la Casa de la Liberación, la estética amable del exterior muere a manos del gris que lo inunda todo.

Doce austeras habitaciones con las paredes desconchadas se disponen en dos andares alrededor de un patio central, en el que yace, solitaria, una vieja silla de ruedas.

Tiene, además, once puertas abiertas de par en par reflejan que el hostal está casi completo.

Según los administradores, la temporada alta quedó atrás con el sofocante calor que en mayo y junio da a muchos ancianos su último empujón hacia el otro mundo.

“Pero el lugar está lleno la mayor parte del tiempo”, explica Yotsna Shukla, quien es parte del personal administrativo.

 Los huéspedes de este hostal benéfico, a los que cobran únicamente los gastos de electricidad, proceden en su mayoría del mismo estado de Uttar Pradesh o del vecino Bihar y en ocasiones llegan incluso en ambulancia.

“Muchas veces están demasiados sanos, así que les tenemos que pedir que se vayan”, detalló Shukla.

“A veces el lugar da escalofríos… Toca el alma cuando escuchamos llorar a los familiares de los moribundos”, agrega.

Pero luego, entre risas, recuerda el caso de un hombre que, tras agotar el plazo de dos semanas, volvió una segunda vez dispuesto a alcanzar la liberación de una vez por todas.

“¿Y lo logró?”, le preguntamos a Shukla. “Tuvo que volver una tercera”, se carcajea.