La lavadora de “morros” del ISIS

Fue “maestra”. Al menos así se define ella. Sus alumnos no tienen nada que ver con los que van a las escuelas hondureñas.
Su “tarea” era: lavarles el cerebro a los niños sirios para que se unieran al Estado Islámico (ISIS).
Se identifica como “Emil” y anda vestida con los atuendos típicos del islam.
Y con calma relata cómo fueron los días como “docente” y qué les decía a los alumnos de ocho años que tenía delante.
“Los metemos a la yihad “, señala.
“Les decimos que todos nosotros moriremos mártires y que ganaremos el cielo… todos nosotros”.
El Estado Islámico cuenta con un ejército de niños a quienes sacrifica en misiones suicidas. Les promete convertirse en “mártires”.
Durante días, a quienes se adherían al proceso de ingreso al ISIS, Emil les repetía conceptos del islam que pueden leerse en el Corán.

“Está escrito en el Corán, tienes que luchar en la yihad. Por eso todos debemos luchar en la yihad, por el destino de Dios y el Estado Islámico”, les repite.
También se les inculca que el gobierno de Bashar Al-Assad es infiel y que “La palabra de Dios dice que todos deberíamos combatirlo. Todo niño pequeño se unirá a la yihad”.
En las ciudades que controlan, los terroristas detienen a los niños en las calles y los interrogan.
Después, está la “invitación” que no podrán rechazar y que sus padres no podrán impedir: “Ven y lucha en la yihad con nosotros en el nombre de Alá y entrarás al Cielo”.
Una negativa puede resultar devastadora. Y las consecuencias las pagará el cuerpo, en forma de “castigo”.
Lo puede contar Omar, quien escapó de Siria y hoy vive en un refugio en Turquía. Pero con un pie y una mano menos.

Los terroristas se la amputaron por negarse a ser parte de ISIS.
“Fui torturado durante un mes y medio. Me decían: ‘¿Por qué no te alías al Estado Islámico? ¿Por qué no luchas contra los no musulmanes con nosotros?’”, cuenta.
Reunieron a la gente y me ataron mi pie y mi mano. Pusieron mi mano en una tabla de madera y la cortaron con un cuchillo de carnicero. Después cortaron mi pie y me pusieron ambos a la altura de mis ojos para que los viera –relata.