En aquella tarde, la multitud se detuvo en medio de las montañas, y Berta Cáceres multiplicó el amor y se convirtió en pueblo y en tierra sagrada.
Berta sudor de campesino.
Berta mirada de indígena.
Berta mano que siembra.
Berta machete en mano.
Berta aliento a guaro.
Berta río que se desliza como una serpiente transparente mientras canta.
Berta humildad.
Berta paciencia que empieza a convertirse en rebeldía.
Berta silencio que levanta la voz.
Berta rocío de la mañana.
Berta sol del mediodía.
Berta calma de la noche.
Berta puño que se alza.
Berta montaña que gime.
Berta venado cola blanca.
Berta pino.
Berta compañera.
Berta patas chorreadas.
Berta botas de hule.
Berta brazos venosos.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.
“No matarás”.
“No robarás”.
Berta es la voz que clama en el desierto hondureño: “No destruirán nuestros ríos ni nuestras costumbres”.
“Moriré, pero resucitaré al tercer día -como monseñor Romero-, en el alma del pueblo hondureño”.
La multitud hace silencio allá en La Esperanza, el lugar donde dicen que mataron a Berta Cáceres, pero Berta se presenta más inmortal que nunca.
Miles llegan a esa despedida que termina convirtiéndose en un reencuentro.
Berta milagrosa, por los siglos de los siglos.
Amén.