Con un ruido ensordecedor por los gritos de las personas de “Pase, mi amor, hoy todo está en rebaja”, y otros con “Suba, suba, Reparto, La Sosa, todavía hay asientos”, y con edificios que parecen que están a punto de caer, justo al frente del secretaría de Finanzas, se encuentra Salvador Palma, un anciano de 86 años de edad.
Si a eso le agregamos el humo de los carros, el corre-corre de las personas y la delincuencia, pues sin duda no es un buen escenario para una persona de esta edad,.
¿Pero, quién es Salvador?
Salvador es un señor de 1.64 metros de estatura, de tez trigueña oscura, con una gorra que no deja por ningún motivo -esto para cubrirse un poco del sol-, con dos muletas que son sus aliadas para movilizarse durante estos últimos cuatro meses.
Es padre de tres hijos, los cuales son profesionales gracias a todo el sacrificio que hizo trabajando como albañil durante años.
Es un hombre que se gana el pan de cada día con el sudor de su frente, trabajando más de 10 horas bajo sol y agua.
Es un hombre ejemplo que a pesar de su edad le encanta sentirse útil.
Se preguntarán… ¿Qué pasó con él?
Hace unos cuatro meses aproximadamente tuvo un accidente automovilístico en carretera abierta, fue tanto el impacto del choque que desgraciadamente le amputaron las manos y le hicieron varias operaciones en sus piernas, por lo que quedó con complicaciones para caminar.
“Es difícil que le cambie la vida a uno de la noche a la mañana” expresa entre lágrimas.
Como recordarán, él era albañil, trabajó donde los piernas y los brazos se utilizan al doble por la fuerza que hacen al levantar baldes pesadísimos de cemento y porque hay que hacer mezclas y cargar bloques.
Al quedar en este estado, inmediatamente lo despidieron de su trabajo y con todas las puertas cerradas, tanto laboral, como familiar, pues sus hijos y su familia le dieron la espalda dejándolo abandonado.
Debido a la circunstancia de no encontrar trabajo por ningún lado, se vio en la necesidad de levantarse temprano todos los días, alistarse e irse caminando desde el barrio La Trinidad hasta la acera frente a Finanzas con la esperanza de recibir lo que la gente tenga voluntad de darle.
“A veces me hago mis centavitos, a veces no me va también, pero nunca se iguala cuando trabajaba de albañil, antes me ajustaba para comprar de vez en cuando pollo, ahora, cuando me va bien, solo me ajusta para comprar pan con mantequilla”, dice Salvador.
Sin duda, Salvador es un guerrero que a pesar de que todos le dieron la espalda, sigue en la lucha pidiéndole a Dios que le dé fuerzas para caminar todos los días de su casa hasta el centro de la capital y así poderse hacer de sus fichitas.