Los sorprendentes hombres arañas catrachos

Basta con alzar la mirada. Allá arriba, a donde solo suben los hombres con los huevos bien puestos, varios pintores se balancean sobre el vacío.

Son como malabaristas que le hacen muecas a la muerte.

El andamio sobre el que trabajan se desliza con lentitud por cuatro lazos, pero, por las dudas, Dios, desde las alturas, les echa una mano para mantenerlos a salvo.

En una ciudad que a gritos clama por un superhéroe, casi nadie se fija en estos valientes obreros que le ponen color al rostro de un hotel de la capital.

La faena de hoy inició temprano, antes de las ochos, y son las tres de la tarde y ellos siguen en el andamio, rodillo en mano.

Ya les dio el sol de las once, de las doce y de la una. Los rayos del sol les pellizcaron los rostros, pero a esta hora hay un poco más de sombra.

Desde lejos da la sensación que están rasurando una mejilla de concreto, y que los espejos azulados son anteojos que el edificio no se quita en ningún momento del día.

Subir,

Bajar.

Subir.

Pintar.

Contar perras.

Y hablar del juego entre Olimpia y Motagua, de mujeres -“Es que esa chava se carga semejante…”-, de lo jodida que está la situación porque “Ahora, por una mala mirada lo pelan a uno”…

¿Quiénes son estos hombres?

¿Cómo se llaman?

¿Dónde viven?

Cuando bajen lo sabremos.

Pero eso será dentro de unas horas.

Pintar.

Subir.

Bajar.

Subir.

¿Y vos querés ver a un héroe de verdad? Entonces solo alzá la mirada…

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