“Si no me llamás Luana, no te voy a hacer caso”, el que hablaba era Manuel, uno de los dos mellizos –ambos biológicamente varones- que había tenido Gabriela Mansilla. Tenía cuatro años y las cosas bien en claro, no se llamaba Manuel, se llamaba Luana.
Pasaron demasiadas cosas hasta que logró tener su documento con el nombre que corresponde. Vivieron violencia institucional, discriminación y desamparo, pero nunca se rindieron. Hoy esta historia es un libro escrito por mamá Gabriela, ella, que nunca se cansó de seguir investigando y lo más importante, nunca dejó de escuchar a Lulú (como le dicen cariñosamente). Ella fue la primera niña trans en haber obtenido su Documento Nacional de Identidad argentino (DNI) sin mediación judicial, gracias a la Ley de Identidad de Género y a no dejar de exigirlo. Esta es su historia.
Algo no estaba bien con uno de los mellizos. Manuel no dormía, lloraba, se rasguñaba y Gabriela no sabía qué hacer. Lo vieron neurólogos y distintos profesionales, el niño no tenía ninguna enfermedad, pero la tristeza seguía. A medida que crecía mostraba interés por “lo femenino”, se ponía vestidos de Gabriela y bailaba como Bella, la heroína de una de sus películas favoritas: “La Bella y la Bestia”. Amaba el pelo largo y se angustiaba si había que cortarlo por el mandato social e impuesto de “lo masculino”.
A los dos años cuando comenzó a hablar, una de sus primeras frases se la dijo segura a la cara a mamá Gabriela: “yo nena, yo princesa”. Ante la desesperación, Mansilla recurrió a una psicóloga que aplicó un método correctivo para reafirmar su masculinidad: “le decís que no, que es un varón”, dijo la profesional. Y Gabriela le hizo caso, pensó que estaba ayudando.
Una de las cosas más dolorosas que tuvo que sufrir fue cuando “Lulu” le pregunto “¿Anginas?”, Lulú se refería a la vagina. Había descubierto eso en el jardín de niños y ahora su “penecito” era todo un problema. En “Yo nena, yo princesa” Gabriela comparte lo que le pasaba cada vez que la veía sufrir por esto. Cuenta cómo le explicaba que ella era una nena diferente, que hay nenes con vagina y nenas como ella, con penecito.
Cada vez que le regalaban una muñeca estaba feliz, pero después la descartaba y pedía otra. Y otra. Hasta que la niña les explicó el problema con las princesas: “no tiene penecito”. Así que mamá Gabriela puso manos a la obra y con cerámica le hicieron penecito a todas las muñecas. Ahora sí. Ya pasaron algunos años y hoy Luana le explica a sus compañeras y compañeros de grado que ella es “una nena trans”, se ve el progreso en sus cuadernos de tareas y en ella, en lo feliz que está.