Pagué dos boletos -el de mi mamá y el mío-, para ver pistolas, balas, sangre y cadáveres. ¡Como si no tuviera suficiente con las portadas diarias de los periódicos y las imágenes en la televisión, donde acapara mayor audiencia el que saca las imágenes más “artísticas” de rostros desfigurados y cuerpos encostalados.
Desde el punto de vista técnica, EL PALETERO está bien hecha. En comparación a la mayoría de películas hondureñas, las tomas de los planos son de calidad, lo mismo que el sonido, los diálogos, la fotografía y la actuación.
El tema, sin embargo, me parece desafortunado y poco creativo.
Ya no podemos seguir con el sentimentalismo de “Hay que apoyar los nuestro” o “Lo que vale es el esfuerzo” cada vez que una cinta es llevada a las pantallas.
Lo que vale es el cine bien hecho, y esto incluye un buen guión que cuente una buena historia. Y esto último es el talón de aquiles de EL PALETERO.
Muchos podrán incomodarse y me señalarán de ser el típico hondureño negativo que encuentra placer en destruir y apalear el esfuerzo y dedicación honesta de los demás.
Pero al cine, así como al restaurante, al estadio o al teatro, por poner algunos ejemplos, uno va en busca de algo que le llene el espíritu, que le alegre o haga estremecer el alma, que le meta en la cabeza sueños, ideales y reflexiones, o simple y sencillamente le haga pasar un buen momento.
Y nada de eso sucede con una película que está llena de violencia.
Al menos eso no funciona conmigo. Y me duele, pero debo decirlo.
La realización de EL PALETERO me dice que sí podemos hacer buenas películas… técnicamente hablando. Pero su historia y el desarrollo de la misma me recuerda que estamos aún en pañales, y que debemos hacer más si queremos empezar a gatear, más tarde a correr y que finalmente -cruzo los dedos para que así sea-, a correr y a competir con las grandes producciones de otros países.
EL PALETERO quedará lejos de convertirse en un clásico del cine hondureño, pero, y eso es lo positivo, obligará a los productores de las siguientes películas a preocuparse por mantener o mejorar el producto por el que el público hondureño pagará por ver… y disfrutar.
Alguien señalará: “¿Y este qué sabe de cine?”. Bueno, tampoco sé de cocina, pero sí tengo la capacidad (y el derecho) para decir “Saboreé este plato” o “No me gustó”.
A eso se expone un chef; y a eso se expone el realizador de una película: a la crítica de los que saben mucho, y de los que sabemos poco o nada.
Dice Ego en Ratatouille, refiriéndose a los críticos que “Arriesgamos muy poco… Prosperamos gracias a nuestras críticas negativas, que resultan divertidas cuando se las escribe y cuando se las lee”.
En este caso, no me he divertido escribiendo sobre EL PALETERO, porque sé que heriré susceptibilidades. Pero tampoco puede asumir la cómoda postura de “No me dio FRÍO, ni calor”.
Quedé HELADO de la decepción… y FRÍO del asombro cuando al final de la película, un padre les pidió a sus tres hijos que posaran para la cámara de su celular, mientras simulaban que sus manos eran ametralladoras.