Así eran los fusilamientos de criminales en tiempos de Carías

A Ernesto Mejía Dormes lo fusilaron el 20 de junio de 1939.

El alcohol y un amor imposible lo llevaron a la ruina. Según las versiones de la época, Mejía Dormes estaba enamorado de una joven normalista.

El problema es que ella no tenía ningún interés es tener una relación con él. Y así se lo hizo ver.

Mejía Dormes se las ingenió de una y mil formas para conquistarla, pero la normalista no accedió a las propuestas de amor.

Una tarde, ebrio y despechado, el obrero de la construcción sacó su pistola y mató a la mujer que lo había hecho perder la cabeza.

El asesinato ocurrió en la tercera avenida de Comayagüela.

Según las crónicas de ese año, Mejía Dormes caminaba por una acera cuando vio que en el otro lado de la calle caminaba la normalista.

Le lanzó unos piropos, la muchacha le respondió (nunca se sabrá qué le dijo), y Mejía Dormes desenfundó la pistola y disparó.

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FOTO: El pelotón de fusilamiento está listo para dispararle al detenido.

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FOTO: El juez inspecciona los últimos detalles. El sentenciado queda solo.

Apenas unas horas después fue capturado. Eran los años del dictador Tiburcio Carían Andino, y el que mal andaba, mal acababa.

Los tiempos en que, según nuestros abuelos, los vecinos dormían con las puertas abiertas de sus casas, pues nadie se atrevía a entrar a robar.

El juez encargado de llevar el caso no vaciló en dictar la sentencia: Ernesto Mejía Dormes sería ejecutado por un pelotón de fusilamiento.

Alguna vez hablé con el abogado Miguel Mariano Torres. Su versión es otra.

“Efectivamente, Mejía Dormes asesinó a la normalista, pero no en la calle. Despechado como estaba, se puso a beber alcohol, enloqueció, se metió en la casa de la muchacha y la mató”, cuenta Torres.

Y agrega: “Los fusilamientos se hacían en un paredón del Cementerio General o en la Penitenciaría Central. A Mejía Dormes lo mandaron al más allá en la Penitenciaría Central”.

No se sabe si fue a petición del sentenciado para agarrar valor, o si fue una decisión de los verdugos, pero el caso es que Mejía Dormes estaba completamente ebrio, al extremo que no podía ponerse de pie.

Con los ojos vendados, fue sentado en una silla. Vestido de traje y corbata, Mejía Dormes murió debajo de una lluvia de balas.

Pero, por las dudas, un esbirro cariísta se acercó y le dio el tiro de gracia…

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FOTO: Una lluvia de balas termina con la vida de Mejía Dormes.

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FOTO: Braulio Reyes, miembro de la policía cariísta le da el tiro de gracia.

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FOTO: El doctor Rafael Rivera revisa los signos vitales de Mejía Dormes. Atrás, el cura Ramón Salgado.

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FOTO: Todo está consumado. Ha muerto.

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FOTO: Momento en que introducen el cadáver en el ataúd.