Todos debemos aprender de Bader Canahuati

Como si fuésemos un país de grandes inventores y campeones mundiales, los hondureños, no todos, pero sí una gran cantidad, nos dimos a la tarea de burlarnos de Bader Canahuati, un cipote de apenas catorce años al que le da por armar y desarmar computadoras.

Un artículo mal planteado -que tampoco es delito, porque todos nos equivocamos-, bastó para que Bader se convirtiera en el blanco de un despiadado ataque en redes sociales e, incluso, en medios de comunicación del mundo.

Había bastante de amargura y resentimiento social en los señalamientos, por aquello de que el apellido de Bader es Canahuati, lo que significa, según la mente torcida de muchos, que todos las personas que tienen apellidos de origen palestino son explotadores, malos y prepotentes, mientras que los que llevamos el Flores y el López, como en mi caso, somos todos angelicales, inocentes y con un corazón que ni la Madre Teresa tenía.

En esa forma de ser de los hondureños (rápidos para criticar, pero lentos para crear), radica uno las causas para los males que tenemos como país.

Asumimos el papel de sumos pontífices y señalamos a los pecadores: “No me gusta eso que hace”; “Es tonto”; “Está allí porque el papá tiene cuello”; “Vive en una buena casa… ha de ser picarito”; “Es un fracasado”…

Minimizar a los demás es uno de nuestros pasatiempos favoritos.

Si los hermanos Wright hubiesen sido hondureños, estoy seguro que no habrían inventado el avión, pues antes de alcanzar el éxito fracasaron una y otra vez, pero acá se los hubiera “comido vivos”.

García Márquez tampoco hubiera sido un escritor genial, porque el ambiente lo hubiera asfixiado tildándolo de vago y holgazán, o se habrían burlado de él porque para crear Cien años de soledad tuvo que escribirla una y otra vez.

Salvador Allende nunca hubiera sido presidente de Chile, porque a la primera elección perdida le caen encima las exitosas y brillantes hordas hondureñas.

¿Cómo habrá empezado Bill Gates?

Bader me ha ganado el corazón, porque en lugar esconderse, le ha sacado provecho a lo sucedido (lo bueno y lo malo), tomándose incluso con buen humor los memes que  han hecho sobre él.

Otro en su lugar estaría muerto de vergüenza. O hubiera cerrado el Facebook.

“La gente es muy creativa… me gusta el meme donde aparezco en la película Soy Leyenda”, dice, con seguridad de adulto.

“El poder reírme de mí mismo es vivir”, dice Guillermo Anderson en Celebración.

No pongamos la excusa que es de la periodista de quien nos hemos burlado. Sí lo hemos hecho, pero quien ha debido soportar las burlas del mundo es Bader Canahuati con sus apenas catorce años de edad.

Creo que mientras otros se sigan burlando de él, Bader Canahuati continuará experimentando en su mundo de creatividad.

¿Quién a los catorce puede armar y desarmar una computadora? ¿Quién de nosotros logra arreglar el motor de un carro? ¿Cuántos pueden decir que escriben en sus redes sociales sin horrores de ortografía?

¿Animamos a nuestros hijos a explorar o los dejamos que pasen el día escuchando reguetón o perdidos en el celular?

Es verdad que lo que Bader hizo no es cosa del otro mundo, pero por allí se empieza. Nosotros también podemos empezar por algo: callarnos la boca y demostrar que no solo somos gallos para criticar.