Hay verdades que deben decirse, por muy incómodas o dolorosas que estas sean, y sin importar las consecuencias.
Conocí a Wilmer Velásquez en su época de goleador e ídolo del Olimpia, y aunque no llegamos a ser amigos, sí había una relación de respeto, cariño y sinceridad.
Luego del retiro, Wilmer se metió a las peligrosas aguas de la política en la corriente de Ricardo Álvarez, y cuando éste perdió, tuvo que ganarse la confianza de los seguidores de Juan Orlando Hernández.
Nadie puede dudar del carisma de Wilmer. Es un tipo querido y admirado. También posee un buen discurso, sencillo, sin palabras rebuscadas ni poses absurdas.
Fue uno de los candidatos más votados en las elecciones generales pasadas y se convirtió en diputado del Congreso Nacional.
Pero…
¿Pero qué?
Pero poco o nada hizo en casi cuatro años como legislador, afectó su imagen y se gano el reproche de miles, incluyendo de aquellos olimpistas que alguna vez aplaudieron sus jugadas y gritaron sus goles.
Aún así, decidió lanzarse otra vez. Y otra vez volvió a ser de los más votados en las elecciones internas, superando a políticos con mayor trayectoria y dinero como Oswaldo Ramos Soto, Óscar Álvarez, Renán Inestroza, entre otros.
Con más de 53 mil votos a su favor, quedó demostrado que todavía es una persona querida.
Son 53 mil votos de confianza los que recibió. Son 53 mil votos, en su mayoría de gente humilde, que lo obligan a ser un buen diputado, honesto, preocupado por su pueblo (como decía su spot propagandístico), una voz valiente.
Wilmer es cristiano y debe actuar como tal, porque todos estamos pendiente de sus actuaciones.
En noviembre, es casi seguro que Wilmer se gane la curul y quede entre los diputados por Francisco Morazán.
Esta vez no puede ser uno más y pasarse otros cuatro años sin pena ni gloria, con esa mala sensación que únicamente está allí por pasar el tiempo ganando un buen salario.
Debe ganarse cada centavo que se le paga, así como lo hizo en su época de Matador con la camiseta del Olimpia.
