Faltaban unos cinco minutos para las siete de la noche del sábado en unas silenciosas y desoladas calles de Honduras.
El toque de queda establecido por el gobierno de la República fue desafiado por cientos de miles de hondureños que salieron a manifestarse pacíficamente a las calles de barrios y colonias.
Cuando las manecillas del reloj marcaron la 7 de la noche, allá lejos se escuchaba el grito desafinado de una muchacha gritando a todo pulmón “Viva la Alianza” y “Fuera JOH”, mientras le daba “riata” a una de las cacerolas de su mamá.
Segundos después, más cacerolas sonaban a lo lejos acompañadas de las pitoretas, ollas y laminas de otros vecinos que se le unieron a la voz desafinada, pero enérgica , de la chava a un solo compás, como si fueran una orquesta improvisada que desahogan toda su frustración y encierro.
¿Cacerolas?
Sí, algo tan poco pensado e inimaginable, se convirtió por más de 2 horas en una forma de expresión y de sentir de miles y miles de catrachos que se manifestaban en contra de algo a lo que ven como la bofetada más grande al pueblo.
Hombres, mujeres, niños, niñas, ricos, pobres y hasta esos que nunca habían tocado una olla en su vida, se unieron a esta enorme canción que según las redes sociales, se escucho por toda Honduras.
La energía fue tanta que, los locos catrachos decidieron llevar el “Cacerolazo” a las calles de su colonia, sin importarles que al cruzar la puerta de su casa dejarían la seguridad y su derecho de circular libremente por su propio país y se arriesgarían a una gaseada, un toletazo o a seguir tocando la cacerola pero desde la cárcel.
Durante esas dos horas poco o nada importaron el encierro, ni el hambre, no hubo miedos ni divisiones, ni partidos políticos -porque hasta muchos nacionalistas se unieron-. Fue una noche histórica.