Los jóvenes acusados de estar involucrados en la muerte de Carlos Collier gritan a los cuatro vientos que son inocentes.
Pero resulta que la opinión pública no les cree.
Y no es porque seamos jueces o especialistas en materia penal, sino por algunos hechos que no hablan muy bien de ellos y que hacen que todos, en mayor o menos grado, resulten sospechosos.
En primer lugar, porque alguien murió de dos balazos.
En segundo lugar, porque alguien (según los testimonios, fue Carlos Alvarenga, “Susano”), enterró la pistola y al día de hoy no ha dicho dónde la ocultó.
En tercero, porque lo que hicieron fue realmente indigno y asqueroso, pues dejaron tirado el cadáver de su amigo en un basurero y después contaron la versión que se trataba de un suicidio.
Por esa razón, los hondureños no hemos sido solidarios con Carlos Alvarenga, Olga López, James O´Connor, Elías Chahín y José Zamora.
Obviamente, sólo uno pudo disparar el arma, pero los demás saben cómo se dieron los hechos en aquella noche loca de drogas, alcohol y una pistola en manos de muchachos inmaduros.
El arma no ha sido encontrada. La versión es que está enterrada. Tampoco descartemos que la hayan tirado al río.
Es el momento de reivindicarse y que alguien pague (en el caso de que la justicia concluya que fue asesinato y no un suicidio de dos disparos), por la muerte de Carlos Collier.
Demuestren decencia, cipotes. ¿Quieren que creamos en su inocencia y los perdonemos? Bueno, ya saben lo que tienen que hacer…