Un ejemplo de cómo NO se debe desechar una mascarilla

Las mascarillas o cubrebocas se han convertido en pieza fundamental durante esta pandemia. Este accesorio es el encargado de minimizar los riesgos de contagio por Covid-19, siendo una pieza fundamental para todos los seres humanos durante esta difícil etapa que está viviendo la humanidad.

Diversos estudios han dado a conocer la efectividad de las mascarillas para prevenir los contagios de Coronavirus e incluso se afirma que el uso de cubrebocas, acompañado por lentes o mascarilla de protección para los ojos y distanciamiento social reducen en un 95% los riesgos de contagio.

Fuente: Voz de Galicia

En muchos países las mascarillas son de uso obligatorio, y eso está bien. Lo que no es correcto es la forma en como varios ciudadanos están desechando sus mascarillas. Una imagen en redes sociales ha causado indignación y enojo, ya que una persona en España fue por un café, y al momento de irse, desechó su cubrebocas adentro de la taza.

Dicho acto indignó tanto a los dueños de este negocio que decidieron hacer pública la imagen, donde personas por medio de las redes sociales Facebook y Twitter, dieron a conocer sus distintos puntos de vista sobre la situación. Las mascarillas usadas pueden ser un foco de contagio inminente, es por eso, que cada persona debe de saber cómo y donde poder desechar este tipo de accesorio.

En Honduras y varios países de todo el mundo, miles de personas están usando mascarillas desechables. En el momento que dejan de cumplir su función se convierten en residuos sanitarios, requiriendo un protocolo totalmente diferente y especial para tirarlos a la basura, sin poner en riesgo a otras personas.

Estos residuos sanitarios se deben de colocar en una bolsa de plástico, la cual debe rociarse por dentro y por fuera con una solución de cloro. Esta bolsa debe de ser marcada, con el fin principal de poder proteger a todo el personal de limpieza que en estos momentos puede estar exponiéndose a esta enfermedad por medio de los desechos de la ciudadanía.

Fuente: La Vanguardía