Jonathan: ” Le pido a Dios que me cure de cáncer para ser un gran chef”

REPORTAJE PUBLICADO EL 25 DE ABRIL DE 2016

Hoy fue un día muy especial, lleno de nervios y ansiedad, con un sentimiento agridulce se podría decir. Tenía una cita con un chico -y no era cualquier chico-.

Llegué lo más puntual que pude a mi cita, volteé a ver a todos lados y no lo encontraba. Me senté en una banca a esperarlo, frente a mi tenía un enorme ventanal transparente, y en eso vi que alguien me estaba haciendo ojitos y tirando besos.

Inmediatamente dije “Este es mi chico”.

Me paré de prisa y quise entrar donde él estaba para encontrarnos como habíamos acordado, pero una enfermera se me acercó y me dijo que “Esta es zona restringida, lo siento”.

Mi chico, Jonathan Hernández, gritó “Viene a verme a mí, déjela pasar”.

A eso usted y yo le llamamos tener “pull”.

Jonathan no se paró a recibirme con beso ni brazo, porque estaba semiacostado en una camilla recibiendo su quimioterapia.

Sí así como lo leen: este chico, bueno, la verdad es un niño, solo tiene ocho años de edad y lucha todos los días con la terrible enfermedad de cáncer.

Me senté a la par de él y en eso dice “Mamá, te podés ir a hacer tu mandado, yo la voy atender”.

¡Definitivamente Jonathan es un príncipe!

Esta vez yo no tenía nada que decir. Esto me pasa muy pocas veces; siempre quiero saber “¿Cómo es? ¿Quién es? ¿Cómo está?” o cosas así.

Creo que por obvias razones no podía empezar mi entrevista con un “¿Cómo estás?”.

Supongo que él notó mi cara de asusto -o de tonta-, y se atrevió a romper el hielo y dijo: “¿No me vas a preguntar cómo estoy?”.

Las enfermeras y yo nos empezamos a reír mucho.

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Pues facilitándomela de esta manera, le hice la pregunta y su respuesta me dejó sorprendida. “Muy bien gracias a Dios”, dijo.

Me sorprendió, porque tenía una bolsa de suero de la quimioterapia y un catéter en su mano derecha que era más grande que su puño.

Jonathan fue diagnosticado con Leucemia (cáncer en la sangre) cuando solo tenía dos años de edad. Ya lleva seis años en esta lucha.

“Durante estos seis años Jonathan nunca se ha quejado de ninguna quimioterapia”, dijo Marleny Vargas, su madre.

En su inocencia, Jonathan me explicó que le tienen que poner quimio pues “Es agua que me lava la sangre mala”.

Ya con esto entramos en confianza y empezamos a platicar de todo, de la niña que le gusta, de sus mejores amigos en la sala, de sus pasiones, de sus pichingos favoritos, etcétera,

Cada quimio dura aproximadamente seis horas, así que teníamos tiempo.

En eso se acercó a mi oído y me susurró que ya tenía hambre.

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A pesar de todo, a este campeón no se le quita el apetito. Era imposible que comiera ahí, mientras le aplicaban el tratamiento.

Justo en ese momento, el corazón se me hizo chiquito y lo que tanto había temido en toda la plática ocurrió: que se me saliera una lágrima.

Pero no se me salió una, fueron muchas… y cómo no, si mi amigo tenía hambre y debía aguantarse,

“¿Sabés lo que le pido a Diosito todas las noches? Que me cure para ser un gran chef y preparar tacos, mi comida favorita. Si querés te puedo invitar”.

A veces le pedimos a Dios -si es que nos acordamos de orar-, cosas tan tontas y vanas. En ese momento me di cuenta que uno es un mal agradecido, porque teniendo el mayor regalo (la salud), somos así y estos niños agradecen a cada minuto por el “simple” hecho de poder respirar.

Jonathan, como todo un caballero, me quedó viendo y me secó las lágrima, pero en eso se escuchó el ruido de la puerta y me vuelve a susurrar y me dice: “Allí viene mi novia, la doctora Arambú”… Ja, ja, ja…

Este niño le saca una sonrisa a cualquiera. La doctora Margarita Arambú es la encargada de aplicarles las quimioterapias y el resto de medicamento, y es muy querida en la sala oncológica del Materno Infantil.

Como se podrán imaginar, la plática no volvió hacer la misma debido a la presencia de su “novia”. Incluso cuando le pedí una foto conmigo, me dijo: “No te acerqués mucho que se puede enojar”.

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Creo que los “ojitos” y los besos que me tiró al principio solo eran una trampa, porque él ya tenía su chica. A pesar de que me jugó chueco, él siempre será una de las mejores citas que he tenido a lo largo de mi vida.

Lo único que tengo fijo es la invitada a tacos. Estoy segura que su entusiasmo -y la ayuda de Dios-, logrará ganar esta batalla y será un chef profesional.

Al final, mi chico, mi niño, dejó un mensaje muy importante a todos los padres de familia…

https://www.youtube.com/watch?v=1TBU_KxJOds

Fotos: Sergio Montero