Los viejos los robamos los sueños a los jóvenes y además pretendemos decirles cómo, cuándo, dónde y por qué protestar.
Si no lo hacen como nosotros creemos que debe ser, entonces los acusamos de vagos, inadaptados sociales, arma pijeos, mediocres, revoltosos, ñángaras…
Desde la comodidad de nuestras casas, oficinas o un café, con aire acondicionado y sin que nos pegue el sol, con chancletas de cuero y un par de tragos, analizamos la crisis universitaria y luego, con dedo acusador, lanzamos el dardo envenenado.
“Estos tontitos inmaduros están siendo manipulados por fuerzas oscurantistas que quieren sembrar el caos y la anarquía y derrumbar los valores morales y democráticos en los que descansa nuestra sociedad”, decimos.
Se le entiende más a Cantinflas, pero ese no es el punto.
Nosotros, que no hicimos nada por construir un país más justo y menos jodido, más solidaria y más rebelde, queremos, con poses de grandes filósofos, darles a los jóvenes la receta de cómo se debe protestar:
No usen capuchas porque da mal aspecto.
No tiren los pupitres.
No digan malas palabras.
No mastiquen chicle.
No hagan malas señas.
No quemen llantas.
No se saquen los mocos.
Anden bien peinados.
Agachen la cabeza.
Y cuando se refieran a las autoridades, primero las saludan con esta frase: “Excelentísima y reverendísima y alta celebridad, doctorísima, magna cu laude y última Coca Cola de dieta enlatada del desierto…”.
Y luego agrega el nombre completo.
Ah, y nada de besos en público, mucho menos si son de lengua.
Es el amor en tiempos de la cólera universitaria… no del cólera.
De la ira colectiva.
Y de la cólera que me da cuando veo que tratan de impedirles a los jóvenes escribir su propia historia, escuchar la música que les dé la gana, leer los libros que deseen, vestirse con su propia moda, tomar otras cervezas y hasta usar otras posiciones en la cama.
Los tiempos han cambiado, pero muchos no nos damos cuenta.
Luchen, muchachos.
Tengan aciertos.
Equivóquense.
Pónganse máscaras, o anden sin ellas.
Sonrían.
Lloren.
Griten, canten, brinquen.
Tómense edificios. Marchen. Sigan cantando. Alcen los puños.
Esas son sus únicas armas.
Hablen.
Escuchen.
Interrumpan.
Pero eso sí: sean justos, tolerante y honestos.
¡Cómo me gustaría tener veinte años menos para andar entre ustedes y darme cuenta en carne propia de qué se trata todo este asunto!