A cualquier día, a cualquier hora por las calles del centro de la capital camina doña Petronila Ortíz de 78 años. Vende papel higiénico y fuma un cigarro cuando le toca el pecho la melancolía y los recuerdos de la vida pasada.
Doña Petronila camina muy lento, apenas levanta la cabeza para ver hacia dónde se dirige, camina en todos los puntos cardinales del casco histórico ofreciendo a los peatones papel higiénico que anda guardado en dos bolsas negras.
Un sol abrasador lastima su piel, quizá el sonido de las campanas de la catedral le den un poco de esperanza ante tanta adversidad.
La mirada triste, el semblante gris y una figura que nos dice: “Por aquí pasó la vida”.
No hablamos mucho con ella, bastaba ver su figura para saber todo el sufrimiento, la soledad y la pobreza que le espera al llegar a casa, si es que la tiene.
Honduras debe despertar y reaccionar, ofrecer una mano a estos ancianos que ya deberían estar teniendo una vida tranquila, sentados en un sillón del corredor, café por las mañanas y en las tardes.
Atención constante y el cuidado de profesionales para darles una mejor calidad de vida.