Así se llamaba. Aylan Kurdi. Tenía tres años. Murió el miércoles en la costa de Turquía. La fotografía de su cuerpecito estremeció al mundo…
La noticia me conmovió.
Después de leer el relato de lo sucedido (además de Aylan, otros once refugiados sirios, entre ellos su hermano, murieron mientras intentaban llegar a Grecia, huyendo de los hijos de sesenta mil putas del Estado Islámico), me puse en el lugar de su padre.
Quise evitarlo, pero terminé imaginando que Aylan era mi propio hijo. Imaginé a mi Óscar Gabriel cuando tenía su misma edad.
Y terminé llorando. Fue demasiado para mi corazón.
Al día siguiente, les pregunté a varias personas si habían leído la noticia de Aylan. Me sorprendió que la mayoría me dijera que no.
No los juzgo. Hoy es más interesante hablar del tamaño del trasero de Kim Kardashian o de la operación que se hizo su padrastro para convertirse en mujer.
A ESTE PUNTO de frialdad e indiferencia hemos llegado.
“¿Y de qué sirve lamentarse o escribir sobre esto?”, me preguntarán, y con razón, muchos.
No tengo respuesta.
Por Aylan y por millones de personas refugiados en el mundo es poco lo que podemos hacer. Desgraciadamente…
Pero sí podemos hacer -y más de lo que creemos-, por los pequeños refugiados que encontramos en el camino a nuestros trabajos, al estadio, al cine, a los restaurantes y hoteles cinco estrellas en los que comemos…
Ojo: tenemos derecho, no es delito. Después de todo, para eso trabajamos duro y con honestidad, para disfrutar la vida.
Lo que yo hago es un llamado a la solidaridad.
NO PODEMOS cambiar el mundo. Estoy claro en eso. Sin embargo, podemos cambiarles un minuto, horas y el día de la existencia de miles de compatriotas que la pasan mal.
Como el niño que limpia parabrisas. ¿Tanto cuesta darle un lempira?
O la niña que se asoma a la ventana de una comida rápida. ¿Nos hará pobres si le regalamos un combo?
Un día a la vez podemos realizar pequeños milagros. Un par de zapatos, un abrigo, no sé, lo que cada uno pueda, porque estoy convencido que lo que más jode a esta sociedad es nuestra actitud de frialdad-indiferencia-me vale.
Lloro y me estremezco con la muerte del pequeño Aylan. Pero tampoco puedo cerrar mi corazón a los pequeños que encontraré tirados en la esquina o la calle por donde pasaré en algunos minutos…
Si lo hago, este artículo no será más espacios cubiertos de mentiras…