Una maldita fotografía

Siempre me he preguntado qué mueve a los seres humanos a actuar ante lo injusto, la respuesta la aprendí hace unos días, era sencilla “una maldita fotografía”.

Como habrán notado esta vez mi columna no habla de deporte aunque algunos clubes como Real Madrid o Bayern, movidos por esa fotografía hayan movilizado recursos y su apoyo a dicha causa.

El buen lector ya sabrá a qué fotografía me refiero, su protagonista Alan un pequeño niño sirio que moría ahogado en las costas de Turquía, huyendo de una guerra que desangra a su país buscando la paz junto a su padre que no pudo hacer nada por salvar su vida.

La imagen es un “golpe” al “mundo desarrollado” y a los pilares que lo sustentan, pero también ha sonado como una alarma de despertador para todos aquellos que pocas veces se cuestionan los problemas que sufren otros por nuestros hábitos de consumo o por las decisiones de grupos políticos y económicos a millones de kilómetros.

Una “maldita fotografía” es lo que necesitaba esta sociedad de la información 3.0 para despertar, acostumbrada a la solidaridad que se puede comprobar con fotos en las redes sociales, es bonito ayudar a los demás pero lo es mucho más si puedo hacerlo en Instagram o Facebook y encima recibir unos cuantos “me gusta” y “comentarios”.

Esa foto simboliza a todos aquellos que abandonaron sus países lejos de la guerra y en búsqueda de un mejor futuro, ese niño podría ser un cipote guatemalteco, hondureño o salvadoreño en la frontera entre México y EEUU o uno de los miles de subsaharianos que se han dejado la vida en las costas mediterráneas dejando África para llegar a Europa.

Una fotografía hace que hoy no escriba sobre fúbol y me acuerde de todos aquellos que murieron al igual que Alan y cuyas luchas y dramas quedaron en el olvido porque su muerte no salió en una “maldita fotografía”.