Como a la mayoría de los hondureños, el robo al Seguro Social me da asco. Me indigna.
Me provoca tristeza.
Dolor.
Impotencia.
Y como casi todos los hondureños, deseo que los culpables del robo sean encarcelados y paguen por el daño que les causaron a miles de compatriotas humildes que llegaron a ese centro hospitalario con la esperanza de ser atendidos, y que, en lugar de eso, salieron en un ataúd.
Sin embargo, esa indignación no me puede hacer caer en la “pendejadez” (el término no existe, pero me gusta), de muchas personas que creen que estamos en una competencia para ver qué muerto duele más.
DIGO ESTO, porque la semana pasada escribí un artículo sobre Julissa Aguilar, esposa de Eduardo Montes, quien muriera asesinado a cuchilladas.
Como todo sabemos, Eduardo Montes era uno de los abogados de la familia Gutiérrez.
Y escribí que Julissa Aguilar es una mujer valiente, porque en lugar de atacar al asesino de su esposo, pide perdón por él.
Porque aquí, al igual que en el caso de miles de pacientes del Seguro Social, hubo un asesinato. El de un padre que deja solos a dos hijos.
Y su esposa, contrario a los que se espera, dice “Oremos por la paz y el corazón de la persona que le quitó la vida a Eduardo”.
DE ESO ERA mi artículo. De la valentía de una mujer que de la noche a la mañana se queda sin esposo y debe enfrentarse a la vida en una condición que hace apenas unos días no tenía: viuda.
Pero, cegados por un odio irracional –y por la “pendejadez”-, muchos me escriben y me dicen: “Ajá… ¿Y los muertos del Seguro Social qué? ¿Esos no te dan pesar?”.
Y otros: “¿Y por qué no escribís de la esposa del testigo protegido al que casi matan? ¿Ella no te provoca tristeza?”.
Por eso digo que tocan el tema como si se tratara de una competencia para ver qué muerto nos duele más, o qué asesinato se justifica y cuál no.
Lo que ocurrió en el Seguro Social –y sigue ocurriendo-, causa asco.
Y espero, como mencioné al inicio, que los delincuentes que lo saquearon sean juzgados y sentenciados a muchísimos años de encierro.
PERO ESO no significa que aplaudiré cuando alguien es asesinado, como en el caso del abogado Eduardo Montes.
Sin conocerlos, me solidarizo con su esposa y sus hijos. Y con su padre.
Así como con la madre de Rigoberto Paredes, el joven que empuñó el cuchillo.
En esta historia no hay héroes.
Lo que existe es una tragedia ocasionado por hijos de sesenta mil millones de #$%&/”#$ que ejecutaron uno de los mayores robos en la historia del país y que se dieron la gran vida, mientras al pueblo le negaban cosas tan insignificantes como una aspirina.
Lo que hay en esta historia es mucho dolor.
Y ríos de sangre inocente derramada.
ME DUELE la gente humilde que murió porque no recibió –por falta de medicamentos-, el tratamiento que le iba a salvar la vida.
Y, de igual manera, me duele el asesinato del Eduardo Montes.
Justificar su asesinato es, además de “pendejadez”, una insensibilidad.
¿Y acaso no fue la falta de sensibilidad -junto a la ambición-, lo que originó en gran medida el saqueo al Seguro Social?
Entre los miles de pacientes que fallecieron en el Seguro Social tengo familiares y varios amigos (y familiares de varios amigos también), y ahora, que sabemos ciertas cosas de lo que allí ocurrió, me pongo a pensar cuántos de esos seres queridos seguirían vivos.
Pero no por eso aplaudiré el asesinato de Eduardo Montes…