Ezequiel Hernández pudo haber sido amiguito de mi hijo. En estos momentos debería estar en la escuela o jugando pelota.
Pero Ezequiel, de siete años, está muerto. “Sí, yo lo maté”, dijo Juan Francisco Perdomo, su padrastro, a los policías que lo capturaron.
Lo hizo para hacer sufrir a Patrocinia García, su ex pareja y madre del pequeño Ezequiel.
“Mató a mi muchachito por venganza”, llora su madre.
“Vas a llorar lágrimas de sangre, a tu hijo ya te lo desaparecí”, le dijo Juan Francisco Perdomo a Patrocinia por teléfono. Y así empezó para ella horas de angustia.
Juan y Patrocinia estaban separados desde hace un año. Había orden de alejamiento, pero él nunca la respetó. La última vez que Patrocinia vio a su hijo fue el 13 de febrero.
“Me fui a trabajar y lo dejé dormido. Nunca me imaginé que ese hombre me lo iba a llevar”, llora.

A pesar del dolor inmenso que Juan Perdomo le ha provocado, no hay una palabra de odio en doña Patrocinia.
Preocupa que en los últimos meses se han incrementado el asesinato por venganza, despecho y envidias. Muchos hondureños ya no solo deben vivir con el riesgo diario de la delincuencia común y organizada, sino que son acechados por maridos, esposas, amigos, vecinos…
Hechos que pudieron haberse evitado si las autoridades hubieras reaccionado cuando fueron alertadas. Porque en el caso de Juan Perdomo, ya existía una orden de alejamiento, pero nunca se cumplió a cabalidad.
Estas cosas, como quedó demostrado, no son para bromear. Doña Patrocinia tuvo el valor de denunciar al hostigador, pero fue dejada sola con su peligro.
¿Cuál debería ser el castigo para Juan Francisco Perdomo? ¿Cuántos años de cárcel merece? ¿Alguien como él merece en realidad cadena perpetua o el fusilamiento?
¿Son esas las soluciones?
¿Qué haría yo si tuviera el poder para tomar la decisión? Seguramente lo mandaría a fusilar.
A esos dilemas éticos hemos llegado los que vivimos sometidos al terror de la violencia de todas las formas que se da en Honduras.
Quisiéramos que los ladrones del Seguro Social, los extorsionadores, los del crimen organizado, los delincuentes de cuello blanco y otros tipos de delincuentes fuesen hormigas para destriparlos con la punta del zapato.
En el caso de Juan Francisco Perdomo tengo esa sensación. Sé que eso no le devolverá la vida al pequeño Ezequiel ni calmará el dolor de doña Patrocinia, pero la impotencia me lleva a esos extremos de pensamientos.
Sí, lo sé, eso no le devolverá la vida a Ezequiel.
Solo me queda, como a miles de hondureños, el derecho al desahogo´, a escribir o lanzar palabras al viento. Porque al igual que esos miles de hondureños, yo también perdí hace mucho tiempo la fe en la justicia de mi país.
Por eso, en mi mundo imaginario, Juan Francisco Perdomo acaba de ser sentenciado a morir fusilado…