Carlos, el vende parabrisas que me “estafó”

Encuentro a Carlos en la gasolinera en la que el día anterior me vendió un par de parabrisas por mil lempiras. Cuando me ve sale corriendo y se acerca con una sonrisa.

El martes conté la historia de este vendedor de la calle que colocó los parabrisas de mi carro a pesar de que yo no andaba dinero.

 

-Ajá, Carlos, ¿cómo va?

-¡Cómo va, jefe! ¡Sabía que iba a venir!

-Deuda es deuda -le digo y le pago los 800 lempiras que le debía.

-Gracias. Dios le multiplicará por honrar su deuda.

 

Carlos se mete el dinero en el bolsillo. Apoya su antebrazo derecho en la ventana del carro y me cuenta algunos trocitos de su vida. Tiene cuatro hijos y vive en La Rosa, una colonia “caliente” en la que mataron a cuatro personas hace apenas cinco días.

https://www.radiohouse.hn/carlos-el-vende-parabrisas-me-dio-una-leccion/

-¿Que tal le han salido los parabrisas? -me pregunta.

-Bien, maquinones.

-Excelente…

-Fíjese que publiqué la historia de cómo usted creyó en mi palabra de que le pagaría al día siguiente. A la gente le gustó, aunque hubo varias personas que dicen que usted me estafó.

-¿Qué? -alza la voz.

-Que me vendió los parabrisas al triple…

-Nombe, compa… ¿Quiere una rebaja?

-No, Carlos. Le voy a contar algo: mi papá me enseñó que a la gente trabajadora no se le piden rebajas.

-Jefe, yo solo le gané doscientos pesitos… Yo no soy mayoristas, no tengo biyuyo, yo le revendo a otra gente. Ahorita lo voy a llamar para que hablé con él.

-No, Carlos, no le pare bola.

 

Escribí la historia con la intención de destacar cómo todavía hay personas en Honduras que confían en la palabra de otro, incluso cuando hay dinero de por medio.

Pero muchos lectores no entendieron el mensaje y enfocaron sus comentarios -¿Será por qué son materialistas?-, en el precio de los parabrisas y de cómo yo me había dejado estafar.

No me sorprende que la gente piense así y solo me confirmó cómo está este mundo de patas arriba.

Les pedimos descuento a:

Los vendedores del mercado.

A los taxistas.

A los que venden algodones de colores en los bulevares.

A los que se ganan vendiendo artesanías en las carreteras.

A los que venden ropa y CD´s piratas.

Y claro, a Carlos, el vende parabrisas.

Arrancarles a las personas luchadoras diez, treinta, cincuenta, cien o doscientos lempiras de rebaja nos hace sentir inteligentes. Vivos. Astutos. Largos.

Por eso se les hace imposible pensar que otros -en este caso soy yo-, aceptemos el precio que nos pongan y paguemos sin pensarlo dos veces a pesar de que sepamos que es un precio inflado.

No diré cuáles son mis razones para pagar en muchos casos el doble o el triple del valor real de algún objeto.

Ya me gustaría ver a esos “vivos” que no se dejan joder de nadie pedir rebaja en la escuela privada de sus hijos.

O cuando compran ropa en el mall.

¿Por qué le piden rebaja a una señora que vende aguacates en el mercado y no hacen lo mismo cuando piden una cerveza por la que pagará tres o cuatro veces más?

¿Cuánto creen que le ganan los grandes negocios a los televisores plasmas, a las refrigeradoras, a las lavadoras?

¿Cuánto creen que le ganan las agencias a cada vehículo nuevo que venden?

¿Y qué me dicen del pago de la cita para la embajada gringa? (¿Y si te niegan la visa, por qué no pedís que te regresen los 160 dólares?).

¿Por qué no piden rebajas en los hoteles cinco estrellas?

¿O a las aerolíneas?

“¿No que muy machos?”, como dice Cantinflas.

 

-Cheque, Carlos. Gracias -me despido.

-Ya sabe, jefe, a la orden.

-Allí lo busco cuando se me arruinen los parabrisas.

-Tiene para darse gusto, son de puro silicón -me dice.

 

No es el precio de los parabrisas; es el valor de la palabra. Y me siento feliz a pesar de haber sido “estafado”…