Hoy he hecho más de mil y una vuelta con tal de no sentarme a escribir esta nota. Y no es que no quiera hacerla… Bueno, en parte no quiero, y no quiero porque me pongo melancólica y me dan ganas de llorar.
Pero sería muy egoísta de mi parte si no hago esta nota y no les cuento la gran lección de vida que me dio un niño de ocho años… Sí, Jonathan, el niño que me robó el corazón.
Así que se la debía.
Muchos me preguntan “¿Por qué me duele tanto la muerte de Jonathan?” o me dicen “Karla, ni familia tuya era, cómo es posible que estés llorando por él?”. Otros dicen: ¿Por qué tanta bulla con este niño?”.
Mi respuesta es: si lo hubieran conocido estoy segura que también estarían como yo, pues él tuvo la magia de envolvernos con su amor, dulzura y sobre todo esa sonrisa a los que lo conocíamos.
Así que es más que valido que les cuente la gran lección de vida que este angelito nos dejó. Empecemos por el principio.
Viernes, una noche fría, son las 7:00 pm y llego a San Miguel Arcángel de la colonia Alameda. El estacionamiento estaba lleno, carros de todo tipo turismos, camionetas de lujo, pailas, buses, etcétera.
Entro a la sala velatorio -también estaba repleta-, y era lo mismo que los carros: gente muy humilde, de saco y corbata, presidentes de la Fundación de Niños con Cáncer…
OJO no quiero que lo que escribí se mal interprete: lo que me refiero es que en muy pocos casos se ven este tipo de cosas que alguien (y más un niño de ocho años), pueda reunir a todos sin importan clases políticas y sociales.
Cuando lo conocí, él hizo que me dejaran entrar a una sala restringida, y yo dije que ese era tener pull, vuelvo y lo repito eso se llama tener pull, así que al solo entrar tuve mi PRIMERA LECCIÓN DE VIDA.
Que alguien tan pequeño pudiera tener el amor y esa capacidad de reunir a cientos de personas.
Después de unos 15 minutos de unirme al, me acerco a la mamá de Jonathan a darle el pésame, ella me abraza muy fuerte y me dice “Ay, mi niña, se nos fue, cómo los quería a ustedes”.
Luego vuelvo a llorar y me dice entre llanto: “Viera lo que me hizo hacer Jonathan ayer: Me dijo que le consiguiera un sacerdote para confesar los pecados, y yo le dije ´Mi amor, ¿qué pecados vas a tener vos?´… Y me dice: ´Mamá, es que me traje un posillito de la sala de juegos”´.
SEGUNDA LECCIÓN DE VIDA. Es increíble que este pequeño aceptara que le había fallado a Dios, ahora pregúntense ¿Cuántas veces le fallamos a Dios? y no por un juguete.
Se podrán imaginar cómo estaba mi corazón. Desde que llegué me la pasé llorando. Mientras seguíamos hablando de se fueron uniendo las personas a la plática. Al final toda la sala estaba escuchando LAS LECCIONES DE JONATHAN.
Su madre también contó que “Jonathan me pidió perdón por haberme hecho pasar seis años metida en el hospital”.
TERCERA LECCION DE VIDA. Este niño le pidió perdón a la mamá por cosas que de seguro ella las hizo encantada… ¿Y nosotros? Ayer fue el día de las Madres y tal vez no pedimos perdón a nuestras madres por el tiempo que pasan solas y que nunca podemos visitarlas”.
“Mamá, si algo me llega a pasar no me recordés triste, recordarme alegre, porque acordate yo NUNCA me quejé, así que NUNCA estaba triste”.
CUARTA LECCIÓN DE VIDA. Nos quejamos día y noche de cosas estúpidas y vanas y este niño de apenas ocho años no se quejó.
La foto principal que ustedes miran en está nota es de Jonathan en un modelaje de ropa. Un día antes le habían aplicado una quimioterapia grado 3, escondió su manita porque estaba morada e inflamada.
Y para finalizar con las lecciones de Jonathan, su QUINTA LECCION DE VIDA. Todo un caballero. Aunque fue mi cita perfecta, el amor de él era la doctora Arambú, por seis años la conquistó de una manera muy especial, con cartas, palabras bonitas, regalos, chocolates, flores, collares, como un verdadero príncipe, e inclusive le pidió matrimonio y le dijo al mismo sacerdote con el que se confesó que el sábado los casara.
Sin duda, mi niño hermoso, nos diste lecciones de vida hasta el final. Hoy no termino esta nota con lágrimas (aunque me las esté conteniendo), la termino con una sonrisa viendo hacia el cielo (sé que me la devolviste) porque así querías que todos te recordaramos.
Nunca te voy a olvidar porque serás mi cita perfecta.