Una ONG mexicana, cuyos analistas jamás han puesto un pie en una calle de Tegucigalpa o de San Pedro Sula, sostiene que Honduras es uno de los países más violentos del mundo.
Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal , así se llama la ONG, decide de manera arbitraria que no se tomarán en cuenta a aquellos países que están en conflictos o en guerras.
Por esa razón no aparece ninguna ciudad de Siria, de Afghanistán, de Pakistán, Irak, ni de otros lugares del Medio Oriente (donde te vuelan la cabeza simplemente porque sí), y solo una mexicana (Acapulco), a pesar de que esa nación tiene a los carteles más violentos del mundo.
Cuando dicha ONG publicó su informe en enero, los hondureños pegamos el grito en el cielo, y los foros de televisión de esa semana se dedicaron al tema, y los “expertos” analizaron por qué San Pedro Sula es la segunda ciudad más violenta del mundo y sus alrededores, y Tegucigalpa la sexta.
Y todos nos pusimos paranoicos y nos quejamos y armamos berrinche porque vivimos en uno de los países más inseguros del mundo.
Tampoco estoy negando que en Honduras la cosa está jodida. Yo mismo he sido víctima de la delincuencia en dos ocasiones, pues se han metido a robar a mi casa.
Ahora tomé varias medidas y vivo con ansiedad pues no sé si habrá una tercera. De ser así, me gustaría que si eso ocurre, al menos el ladrón me dé chance de despertarme y de volarle la cabeza mientras baja por el muro.
Sueños que le dan a uno, ¿verdad?
Son personas de otros países las que nos manejan como marionetas y nosotros nos movemos a su antojo y repetimos como ventrílocuos que:
Somos el país más violento del mundo.
Somos el país más caro de América Latina.
Somos los más feos.
Somos los más huevones.
Somos los más borrachos.
En fin…
Si mañana aparece un científico y nos dice que las baleadas son malas, entonces postearemos en nuestras redes sociales que “A partir de hoy ya no comeré baleadas”.
Así somos.
Marionetas de lo que dicen en otros países.
En lo bueno y en lo malo.
Como sucedió con el billete de un LEMPIRA. ¿Cuántos años lo hemos tenido en nuestras manos ese billete? Y seamos sinceros: nunca valoramos su belleza. Pocos se fijaron en su diseño.
Pero vino un periódico europeo y lo nombró uno de los más bellos del mundo, y de repente, con el chasquido de los dedos, nos enamoramos del LEMPIRA, y comenzamos a valorarlo.
Oh, billete de LEMPIRA, me enamoré de tus plumas…
Si el New York Post dice que Roatán es la isla más hermosa del mundo, nosotros aplaudimos y decimos que es cierto, pero si lo dice El Heraldo o La Tribuna no soltamos ni un pío pío.
Pero si el New York Posto dice que no hay isla más cochina que Roatán, lo creemos.
La Mosquitia, un tesoro que tenemos a pocas horas en avión, es un misterio para casi todos nosotros (porque claro, preferimos otros lugares exóticos en otros países), pero si hoy, un científico de renombre la declara la selva más valiosa del mundo, todos pondríamos “I love La Mosquitia” o “Visitá La Mosquitia” en nuestro Facebook y el fin de semana los vuelos irían llenos de curiosos hondureñitos.
Etcétera, etcétera, etcétera.
Tenemos escritores que no leemos.
Música que no escuchamos.
Lugares que no visitamos.
Deportistas que no admiramos.
Científicos, pintores, teatristas, músicos, ingenieros, académicos, escultores, maestros que no valoramos. (Ejemplo: Berta Cáceres).
Oramos por países con nombres que ni siquiera sabemos dónde quedan o cómo pronunciar, pero vemos con desprecio a nuestra pueblo, y subimos las ventanas de los carros cuando se acerca con la mano extendida.
Nos parecemos a un perrito amaestrado.
“¡Hondureños, salten!”. Y nosotros saltamos.
“¡Hondureños, saquen la lengua!”. Y nosotros sacamos la lengüita.
Lo mismo ocurrirá con este artículo que casi nadie leerá, porque, debemos reconocerlo, somos haraganes para la lectura.
Los que lleguen al final dirán “Qué pendejo el que escribió esto”. Es de esperarse.
Pero si fuese la nota de un periodista gringo o europeo, lo aplaudirían y con cara de filósofo más de alguno llegaría a exclamar: “¡Tiene toda la razón!”…