En la pulpería hay un escándalo. Los vecinos comentan una noticia: una muchacha acaba de morir en Residencial Plaza luego de caer en su carro desde una altura de 17 metros.
Niños, jóvenes, adultos… Todos se pegan al televisor, mientras dan las imágenes impactantes del carro deshecho.
“Ya la van a sacar… A ver cómo quedó”, dice alguien, cuando los socorristas comienzan a extraer el cadáver.
-Quiten eso, hombe -les digo.
-Uy, como si fuera el primera muerto que vas a ver en tu vida -me dice El Pirulín, un cipote de once años que es pelis para jugar de portero.
-Dejen el canal, dejen el canal, no lo cambien -dicen los demás.
-Este solo de socado camina… -me señalan.
Ver cadáveres, la sangre que chorrea, las familias que lloran descontroladas, se ha convertido en el pasatiempo favorito de los hondureños.
Los periódicos y la TV pasan las imágenes; nosotros la consumimos. ¡Ya no hay respeto! La morbosidad le ha ganado el respeto a la decencia, al respeto por las víctimas y la solidaridad de quienes sufren lo sucedido.
Luego, para seguir con la venta de la morbosidad, publican las fotos que la víctima tenía en su Facebook con titulares llamativos.
Hace unos días ocurrió la tragedia de dos muchachos que fallecieron soterrados en una explosión allá en Los Laureles.
Los camarógrafos se dieron el festín mientras le ponían los lentes casi en la cara al papá a uno de los muchachos, sin respetar su dolor, su llanto, su angustia, su desesperación…
Al día siguiente, los titulares, y una mano, la de uno de los fallecidos.
No era una foto ofensiva, comparada con las que ya nos tienen acostumbrados. Pero, si nos ponemos en el lugar de los padres, hermanos, abuelos y amigos, nos podremos imaginar lo que sintieron al ver la foto.
¿Publicarían esas fotos los periodistas si se tratara de la mano de su esposa?
¿De su madre?
¿O la madre de un familiar de alguno de los dueños?
Aquí, pensando en voz alta… ¡Nomás!
Saludos desde Los Pinos, el mero mero de los barrios de La Capirucha
EL SOBADO