El caso de Kevin Solórzano ha dejado en evidencia (por si no tuviéramos pruebas suficientes), de lo bobos que son aquellos que deben aplicar la justicia en este país.
La parte acusadora “a huevos” quiere que Kevin siga en la cárcel, y en ese afán desesperado ha ido presentando “pruebas” que se desvanecen con un simple soplido.
Lo más reciente es que a este pobre muchacho lo capturaron por el simple chisme de un “brillante” informante, quien, dicho sea de paso, debería ser apresado porque su ligereza marcará para siempre la vida de Kevin y de sus familiares.
Uno no sabe si reír o llorar con las declaraciones de Carlos Edgardo Suazo, agente de investigación de la Policía Militar, que terminan de desbaratar la frágil estrategia del Ministerio Público, y ponen a Honduras a las puertas de una demanda.
Suazo confesó que ese informante le dijo que escuchó que cuatro muchachos, entre ellos Kevin, estaban hablando del asesinato del ex fiscal Edwin Eguigure y que por eso le parecía ser uno de los implicados.
Cuando le preguntaron a Suazo si el informante estuvo en la escena del crimen, su respuesta fue “No, pero creímos en su versión porque en otras ocasiones había acertado”.
En otras palabras: Si Kevin hubiera estado platicando en ese momento de los atentados a las torres gemelas, ahorita estaría siendo acusado de terrorismo.
Y vale más que la conversación no era de un documental de National Geographic sobre el asesinato de John F. Kennedy, porque entonces Kevin llevaría dos años preso en Estados Unidos acusado de participar en uno de los caso más misteriosos de la historia.
“Teníamos prisa por encontrar al culpable”, reconoció Suazo.
Pero, ¿ese deseo acaso les da el derecho de actuar con tanta torpeza y falta de profesionalismo?
Después de varios meses de “profundas reflexiones”, he elaborado mi propia teoría del porqué Kevin Solórzano es el asesino del ex fiscal. ¿Tengo pruebas? Claro que sí.
Para comenzar, siempre anda vestido de blanco.
Además, le va al Real Madrid.
Usa barba.
Le gustan los perros.
Viaja en autobús (eso le permite esconderse entre los pasajeros).
Y, lo que es más importante: Kevin Solórzano es pobre, y esto debe ser más que suficiente para que a alguien lo acusen de ser asesino.
Doña Tencha también está de acuerdo conmigo. A ella le contó la amiga de una amiga de otra amiga de esta amiga de aquella amiga de esa amiga que está parada allí a la par de otra amiga que no es amiga de ella, sino de la primera amiga que es amiga de otra amiga, que Kevin tiene toda la pinta de ser el próximo Pablo Escobar.
Lo “único” que me falta por demostrar es que Kevin se encontraba en la escena del crimen y que fue él, y nadie más, el que disparó el arma asesina.
A eso le tengo que agregar los motivos que lo llevaron a cometer la acción.
¡Y listo! ¿Se fijan qué es fácil joderle la vida a alguien?
Obviamente, lo que he escrito entre cursivas es una burla a este sistema de justicia inoperante que tenemos. Así que espero que no me llamen como testigo, aunque debo confesar que he pasado varias veces frente al Chimbo en mi carro de vidrios polarizado.
¿Eso me convierte en sospechoso?
¿O será que yo soy el asesino y no me he dado cuenta?…
PD: Por cierto, doña Tencha no es amiga mía, sino que ella es amiga de una amiga de otra amiga de esta amiga de aquella amiga de esa amiga que está parada allí a la par de otra amiga que no es amiga de ella, sino de la primera amiga que es amiga de otra amiga, y fue esa amiga la que le contó que otra amiga de aquella amiga le dijo que Kevin es culpable.