¡Una cerdada de los cerdos!

Como si no bastara ya con los encostalados y las masacres, la violencia hizo otra aparición en un partido de fútbol.

Gracias a eso que llamo PENDEJADEZ, delincuentes disfrazados de fanáticos -unos de seguidores de Real España y otros de Olimpia-, se agarraron a tiros, palos, pedradas y puños en las cercanías del estadio Olímpico de San Pedro Sula.

La vida de muchas familias, incluyendo niños, estuvo en peligro. Que no haya muertos es un milagro.

Lo que ocurrió antes del llamado clásico moderno, fue un acto delincuencial bien planificado. No fue algo espontáneo. Y eso es lo que convierte a estos inadaptados en una amenaza para la sociedad.

Recurrir al argumento de que la pobreza, la falta de educación, de viviendas, de salud, de recreación y otros factores sociales son los que orillan a los jóvenes hinchas de fútbol a convertirse en delincuentes es una justificación barata.

Los violentos en el deporte están en todas partes del mundo. Los Hooligans de Inglaterra, por ejemplo, no solo son muchachos de los barrios pobres; también hay ejecutivos de bancos, universitarios, miembros de las clases medias y altas.

Igual ocurre en Italia, España, Irlanda, en Estados Unidos, en México…

Puede que la marginalidad sea caldo para la violencia. Puede… Sin embargo, no estamos para escribir tratados de sociología.

Pero más que analizar las causas, la timorata Liga Nacional debe tomar cartas en el asunto. Amarrarse la falda (porque no son pantalones los que usa), dejarse de lamentaciones y lloriqueos… ¡Y actuar!

Hay varios partidos que sabemos (no hay que tener dos dedos de frente), que son de alta peligrosidad:

Real España-Olimpia

Marathón-Olimpia

Motagua-Olimpia

Real España Marathón.

Estos clásicos deben jugarse sin barras visitantes.

Tomen la decisión, por favor.

¡Ya!

Sin tantas reuniones.

Sin armar tanto show.

Olimpia versus Motagua… ¿Olimpia es local? ¡Pues cero hinchada azul!

Motagua versus Olimpia… ¿Motagua es local? ¡Pues cero hinchada merengue!

No esperen, señores, a que se dé una masacre para reaccionar.

Hay que instalar cámaras -¿Qué esperan?-, en todos los estadios y en las cercanías.

Y, más importante aún: la Policía debe tener un censo de los delincuentes que se disfrazan de barras bravas, darnos a conocer quiénes son, qué hacen, qué consumen, publicar sus fotografías.

Se les debe perseguir, capturar y encarcelar. Ya no podemos seguir con la tonta esperanza que a los violentos se les tranquiliza con mensajes, coritos, palmaditas en la espalda, pintas en las paredes y un largo etcétera de ideas simpáticas para ablandar a tipos duros.

Insisto: lo de ayer es una señal de que estamos en una situación extremadamente peligrosa.

Aunque no fue como estar en el Medio Oriente como los medios hondureños escriben en el colmo de la exageración, sí es cierto que fue una situación de peligro.

El hecho de lanzar una cabeza de cerdo (la Ultra Fiel llama chanchos a los seguidores del Real España), es apenas el inicio.

La Mega Barra, con toda seguridad, querrá desquitarse. Habrá ajustes de cuentas, sin duda. Venganza. Y por eso las autoridades deben estar más alertas que nunca.

La descomposición mental a la que hemos llegado los hondureños es para preocuparse.

Ahora ya no solo te matan en un bus de transporte urbano, en una esquina por robarte un celular o porque no pagaste una extorsión; a las mil y unas formas de escenarios que hay para ser asesinado en este país hay que agregarle uno de los lugares donde uno la pasaba tan feliz hace apenas unos años: el estadio.

Como si ya no fuera suficientemente grotesco desayunar mientras uno abre periódicos cargados de muerte o ve en la tele cuerpos desfigurados a balazos, ahora debemos soportar que lancen la cabeza de un cerdo a una cancha de fútbol.

(Lo que nos demuestra que la seguridad en los estadios no sirve).

¿Qué viene después?

¡No me lo quiero imaginar!

A los cerdos (sin importar a qué equipo siguen), hay que controlarlos ya. La situación es alarmante. Pero estamos a tiempo…